Hand in mine.

Tengo una adicción con las manos.

No sé por qué, ni cómo se originó, pero sólo sé que la tengo. Desde pequeña que las miro con otra perspectiva. Es que llega un momento en que si las sabes manejar bien, se vuelven un instrumento crucial, una forma de expresión. Llegan a un punto en que poseen tanta independencia con el cuerpo, que pasan a ser una unidad más. Tienen tal capacidad de manejo y existencia, que te conmueven. Hay veces en que ni siquiera miro a la persona a la cara cuando me está hablando, sino que le miro las manos. Tienen un poder tan profundo, demasiado para ser parte de simples seres vivientes.
Hay que saber utilizarlas, de un modo sutil y de una manera discreta para que no se deteriore su sentido. Hay que saber llegar al fondo del movimiento, a la elasticidad exacta, al punto fijo. Se debe establecer una conexión entre lo que se dice y lo que se exterioriza, las manos cumplen un rol de enfatizar, moldar, modelar las palabras. Hay veces en que la gente sobrepasa el manejo de éstas, y en vez de usarlas como herramienta, las usa como un elemento perjudicial.
Las adornamos con cosas que tratan de purificar la belleza de los dedos. Los dedos de por sí tienen distintos roles. Cada dedo contiene fracciones divididas imaginariamente, que abrazan la sustancia de lo que se quiere expresar. Son en conjunto una sustancia, pero la función de todos es igualmente importante.
Las articulaciones son las que le dan el movimiento a estos dedos, ricos en retórica, aunque nunca nadie va a pensarlo así, pues yo sí. Las articulaciones son las que inician el baile, el gran baile.

En fin de cuentas, las manos llegan a ser uno de nuestros apoyos más fundamentales para exteriorizar nuestras reflexiones, estupideces, etc. Son el apoyo de la base del ejercicio, del desarrollo.
Bailan y danzan dentro de nuestras discusiones día a día, y nadie les da crédito en lo absoluto.

Manos, bellas manos, para mí lo son todo.